Los Poderes Elementales
El origen de toda vida en Kosmos parte de los cuatro elementos primigenios: Agua, Fuego, Aire y Tierra. Con el paso de los milenios, las formas más básicas y reducidas de vida empezaron a evolucionar y a evolucionar hasta llegar a convertirse en unas mucho más complejas y, por tanto, peligrosas.
Los seres humanos se hicieron completamente dependientes de estos cuatro elementos para vivir, aunque muchos de ellos decidieron tozudamente abandonar su amparo. Así, el Agua construiría un complejo entramado en el interior del cuerpo por donde fluiría y regaría sus órganos. El Fuego les serviría de cobijo para mantener una temperatura adecuada, para que la pasión se alzara. El Aire insuflaría sus pulmones y les permitiría reír, llorar y jadear. Y la Tierra sería el sustento y el eje sobre el que caminarían y del que se alimentarían.
Pero la llegada del dios extranjero a Kosmos hizo saltar las defensas del planeta, y la contestación fue despertar a los Guardianes Elementales, a los Ecos de Kosmos.
Aunque procuraron hacerle frente y diezmarlo cuanto pudieron, los Guardianes tampoco eran inmortales. Con el paso de los siglos, abocados a una guerra interminable y astillados en el conflicto, todos los protagonistas de esta antigua historia sucumbieron. Y aunque los Ecos de Kosmos volvieron a la cuna del planeta aletargados, a las raíces de las que emergieron, el dios extranjero no podía recibir semejante privilegio, por lo que orquestó una brillante argucia con la que volver.
A día de hoy, con los Guardianes todavía en proceso de sanación y con la vuelta del dios pagano en una nueva y temible forma, los Ecos de Kosmos prestan sus poderes a los Invocadores, que canalizarán sus miembros y sus cuerpos con el fin de defender el planeta y todo cuanto aman.
Agua
Omnipresente en las entrañas de la tierra, los mares y los cielos, canaliza los ríos, las mareas y la lluvia de tal forma que engendra el misterio más antiguo de la humanidad: la vida.
Los chamanes son capaces de emplear este fluido para socavar los incendios de sus aldeas, para dar de beber al sediento o para atravesar al enemigo con afiladas estacas congeladas.
Además, gozar del favor del Eco de Agua como Invocador le permitirá al usuario gestas tales como rodear su cuerpo de un infranqueable escudo de agua, hacer llover cuchillas de hielo del cielo, impulsarse en el aire gracias a los géiseres subterráneos o manifestar los diferentes apéndices del Guardián con los que ahogar al adversario, entre muchas otras facultades.
Pero recibir su bendición y poder no es tarea fácil. Ser afín al Eco de Agua requiere de una elevada disciplina, paciencia y capacidad de adaptación. Los Guardianes no están en condiciones de desperdiciar sus energías en regalos para los más egoístas.
Y aunque porte la piedad por bandera, aquellos que agiten demasiado las aguas, que las calienten demasiado y las haga hervir o abandonar su cauce, sufrirán al elemento más calmo y generoso pero con la tormentosa capacidad de ser el más impío de todos.
Fuego
La pasión del amor, pero también el ardor del odio.
Con su reconfortante o lacerante abrazo, abriga a la humanidad con su agradable y cálido consuelo o con el más abrasador de los dolores. La esencia de la vida. El azúcar y la sal.
Los chamanes son capaces de extraer el calor del entorno más próximo y emplearlo para conjurar bolas de fuego y pantallas de denso humo negro, entre otras habilidades.
Por otro lado, aquellos Invocadores que gozan del favor del Eco de Fuego podrán emplear los más sofocantes de los conjuros. Extraer el magma del subsuelo y hacerlo estallar en la superficie en forma de gigantescas columnas de lava, subir poco a poco la temperatura en un amplio radio alrededor del taumaturgo para asfixiar y abrasar al oponente, o manifestar un brazo del Guardián a modo de escudo ígneo que envuelve al Invocador y que sus partes fracturadas se conviertan en candentes meteoritos no son más que un puñado de estas temibles habilidades.
Para que el Eco de Fuego pose sus ardientes ojos en un Invocador se deben reunir una serie de aptitudes previas como son la fuerza y la agresividad suficiente, a su vez también capaces de materializar el deseo de querer cambiar el horizonte.
Aquellos que osen desafiar a este Guardián, más pronto que tarde acabarán siendo reducidos a cenizas, pasto de las más altas y furiosas de las llamas.
Aire
Sibilante, suave y refrescante, se desliza y compone parte del resto de los elementos; el empuje, el soplo y el susurro que indica al corazón que ha de ponerse en marcha. El aliento de la vida.
Testigo de la humanidad, de los puños alzados al aire (a veces vistiéndose de húmedo rojo), mensajero de sus palabras y dueño de sus suspiros y alaridos arrancados de su garganta, es el observador directo de la historia.
Los hijos de la Tierra retuercen la dirección del viento y la obligan a girar en un único sentido, levantando poderosos vendavales con los que desestabilizar al enemigo o con los que propulsar los ataques con el resto de elementos.
El Invocador, por medio del Eco de Aire, es capaz de cubrir el sol y convocar las más furiosas de las tormentas, alzar gigantescos tornados capaces de devorar batallones al completo, o defenderse con una armadura de viento y rayos que repele y se lleva la hoja del enemigo. No es la primera vez que los registros indican que una boca gigantesca se ha materializado en el cielo y ha soplado con la fuerza de un titán, llevándose catapultas y todo tipo de máquinas de asedio por los aires.
Los Invocadores afines al Eco de Aire deben demostrar un sólido liderazgo, una mente tan abierta y exploradora como el viento, y ser una fuente inagotable de oxígeno para con los suyos.
Desafiar a este Guardián es desafiar a la propia inteligencia. Pese a que cabe la ínfima posibilidad de que se le venza, lo más probable es que se acabe desapareciendo perdido en el firmamento, con los miembros separados por las corrientes.
Tierra
Regada por el agua de la vida, la tierra es el vientre del planeta que permite gestarla. La alimenta y permite el crecimiento de las distintas especies de fauna y flora; el generoso sustento que, despacio y con buena letra, observa orgulloso cómo las generaciones se suceden gracias a sus fértiles campos.
Y, por si fuera poco, por si el alimento no fuera suficiente, con su magnificente benevolencia y generosidad, provee a los hombres de un sinfín de minerales con los que alzar sus defensas y sus hogares, con los que investigar y experimentar en pos del más alto desarrollo de la inteligencia de sus vástagos.
Los agradecidos chamanes son capaces de arrancar la tierra misma y las rocas con el fin de protegerse con escudos de tierra y vegetación, o para aplastar a sus enemigos y que los enclaustren las raíces.
Pelear contra un Invocador afín al Eco de Tierra supone hacerlo contra el propio planeta, rebelarse estúpidamente contra el mismo suelo que le permite sostenerse. La vegetación, las rocas y la arena acudirán al cuerpo del taumaturgo para conformar un exoesqueleto con el que aumentar drásticamente la potencia de sus golpes, así como su resistencia, haciendo de él un gigantesco gólem imparable. Además, levantar elevadas y gruesas paredes desde el suelo y mandarlas volando no es más que otra de sus titánicas gestas. Incluso, la misma tierra puede adoptar la forma del Guardián y emerger de la inmensidad de la superficie, alzando enormes brazos de las entrañas del suelo y generando terribles terremotos a su paso.
Para conseguir el favor del Eco de Tierra, los Invocadores deben ser arduos defensores y portadores de las costumbres y el folclore de los hijos de la Tierra, y tienen que mantener unas fuertes convicciones que actúen como asidero para el resto de sus compañeros, convirtiéndose en las raíces de las distintas tribus, el nexo de unión entre todas ellas.
Aquel que se atreva a pisar con demasiada fuerza, que se ande con ojo por si acaba abriendo un agujero y es engullido hasta el más profundo de los abismos por las fauces del Guardián.