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Prólogo Tormenta de Luz

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En una de las más lujosas viviendas de la Villa del Fuego, el conjunto de su bella arquitectura y su cálido interior eran incapaces de soportar el peso y la presión de la caja de pandora que se escondía entre sus gruesos muros. Ni la confortable y acogedora habitación en la que se hallaba solo con sus pensamientos conseguía apaciguar su tormento. Observando la perfecta simetría y mimetismo del opulento mobiliario con las hogareñas paredes ornamentadas, Alakai seguía perdido en la oscuridad de sus pensamientos. Con la cabeza sujeta entre su único brazo de carne y hueso, y el largo cabello cayéndole por el rostro, el joven Puño de Hierro se encontraba al límite de la cordura.

¿¡Por qué!? ¿¡Por qué, Akuma!? ¿¡Por qué te los has llevado!? ¿¡Qué han hecho papá, mamá, Kitt y los otros para tener que llevártelos tan pronto!?, pensaba entre amargas lágrimas haciendo aspavientos con su nuevo brazo de roca de tormenta.

—¿¡Por qué!? —Alakai golpeó con tal dureza la mesa que acabó resquebrajándola.

Unos toques en la puerta consiguieron que abandonara su trance momentáneamente.

—¿Cómo te encuentras? ¿Qué tal tu nuevo miembro? Padre solo se rodea de los mejores para realizar una hazaña así. —Una mirada heterocromática trató de consolarlo a su manera.

Alakai se limitó a dirigir sus ojos hacia la transparente ventana, para luego volver a observar a su nuevo intruso.

—A veces me pregunto si no sería mejor comenzar de cero. Dime, Ren, ¿no querrías olvidar todo el dolor y volver a vivir con una nueva alma limpia de sufrimiento?

—No —contestó con rotundidad. Alakai se limitó a esbozar una casi imperceptible sonrisa amarga e incomprendida—. Somos el fruto de nuestro dolor. Si la vida no me hubiera hecho sufrir de esa manera, no habría llegado donde estoy hoy.

—No esperaba menos de ti. ¿Crees que alguna vez podremos estar de acuerdo en algo?

—Me temo que, con esa mentalidad y esa forma de pensar, será profundamente complicado. Vamos, padre y Ánima nos esperan para comer.

—No tengo hambre, gracias.

—Igualmente tienes que tomar algo. Llevas días sin probar bocado —insistió Ren.

—Por cierto —Alakai cambió de tema—, he estado pensando en lo que me dijiste en el torreón de vigilancia, aquello acerca de que «puede que mi poder resida en otra fuente».

—¿Y bien? —contestó Ren arqueando una delgada ceja.

—Puede que mi Naturaleza real sea la Ígnea. —El huérfano Puño de Hierro hizo una breve pausa—. ¿De dónde si no he conseguido extraer este potencial? ¿Qué otra explicación tiene si mi desarrollo físico se ha visto mermado?

—Quizás Ghara o Ashray ocultaban su verdadera Naturaleza para hacerte desarrollar una secundaria como si fuera una primaria y que así dominaras dos a la perfección.

—¡Alakai! ¡Ren! ¡La comida se enfría! —Se oyó una voz femenina en el piso de abajo.

 

Acogidos y refugiados en el calor del hogar que desprendía el fuego proveniente de la escultura de la cabeza de Akuma que actuaba como chimenea, la familia y el invitado temporal se sentaban en la mesa para degustar el increíble y famoso cordero de la Villa junto a un par de copas de Savia Alpina.

—Muy bien, familia —tomó la palabra Leréas—, que el Dragón Eterno bendiga estos alimentos y nos guíe por el buen camino.

Conforme el padre concluyó su oración, cogió el tenedor y el cuchillo y se llenó la boca a dos carrillos.

—Vamos, vamos, Alakai, no te cortes, toma un poco —le indicó con gran dificultad al tener la boca llena.

El joven puño de hierro se limitaba a observar la comida en silencio, jugueteando con los cubiertos.

—Alakai, llevas varios días sin comer. Si no tomas algo, este inútil te superará. —Trató de impelerle Ánima a costa de su hermano.

—De hecho, ahora que lo mencionas, llevo un tiempo queriendo medirme de nuevo contra ese nuevo poder tuyo. —Se sinceró Ren—. Sin embargo, no aceptaré ningún duelo en tu estado actual. Come, recupérate y comprobaremos hasta donde se extiende el potencial de esa nueva Naturaleza.

—Chicos, chicos, tampoco lo forcéis así. —Se entrometió Leréas—. Hemos de entender cómo se siente. ¿Acaso vosotros dos no estuvisteis varias semanas sin probar bocado en aquel entonces? Incluso tenía que meteros el agua a la fuerza. —La corpulenta barriga del padre se movía hacia arriba y abajo con cada carcajada.

—Eh, disculpa, pero yo solo estuve así una semana. —Se desmarcó Ánima—. La única cuerda de los dos soy yo. Es de lógica que el cuerpo humano no puede pasar más de un mes sin comer. O, al menos, eso nos enseñaron en la academia. Al cabezón al que tuviste que meterle la comida a la fuerza fue a tu otro hijo. Mi capacidad de aceptación y asimilación del problema fue y es mucho mayor que la del infantil de Ren.

—Ya empezamos —masculló Ren entre dientes—. ¿Quizás sea porque me dolió a mí más la muerte de tus padres y mi madre que a ti?

—¡Ren! —Leréas adoptó un gesto serio y tenebroso—. ¡Ya basta!

Ánima se limitó a suspirar.

—No pillas ni una, hermanito.

—Se acabó la conversación —sentenció Leréas ligeramente fuera de sí.

Tras unos minutos en los que Ren, Ánima y Leréas seguían comiendo y Alakai permanecía jugueteando con la carne en el plato, el padre de familia cayó en la cuenta de algo.

—Por cierto, no os lo he dicho, pero la Corona va a anunciar al supuesto culpable de todo este desastre.

Alakai levantó ligeramente la mirada y, por primera vez, abandonó su lúgubre atmósfera por unos instantes. En su lugar, una ira incipiente se iba abriendo paso por su interior. Por fin la muerte de sus padres y de sus compañeros del Batallón de Purgas iba a tener nombre y apellido.

—Parece ser que fue Baba, el profesor de la Villa de la Garra. Tu profesor, ¿no, Alakai?

Cuando el joven Puño de Hierro pensaba que nada podría ir a peor, el cielo se le acabó de caer a peso de plomo sobre su ya maltratado espíritu.

—¿¡Baba!? ¡No puede ser! —Se levantó con gran furia golpeando la mesa.

—Me temo que todos los indicios apuntan hacia él. De hecho, ya se encuentra retenido en el calabozo y sin haber prestado resistencia alguna, según mis fuentes más cercanas.

Alakai apenas tardó unos segundos en reaccionar. Tal como iba vestido, con una delgada capa de ropa, salió corriendo de la casa de Leréas en dirección a Palacio.

—¡Alakai! ¡Vuelve aquí! —le gritó Ánima.

—¡Maldito crío impulsivo! —Se desesperó Ren.

—Dejadlo. Ya volverá. Tiene que apagar ese fuego interno…

¿¡Baba!? ¿¡Por qué él!? ¡Tengo que sacarlo de ahí! ¡Todo ha sido una confusión! ¡Estoy seguro! Alakai corría y corría, tropezando y resbalando por las heladas calles del Reino de Dragen. Con el corazón desbocado y a punto de estallar por tanto dolor acumulado, esta última puñalada había puesto de nuevo a su noble espíritu contra las cuerdas de la injusticia.