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Prólogo

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La fría noche se cernía sobre el Reino de Dragen. Tan solo unos pocos copos de nieve teñían y daban algo de color al profundamente oscuro escenario. El viento que los llevaba hacía que se clavaran en las carnes como afilados cuchillos; y el silencio que ocupaba habitualmente las desérticas calles tras el ocaso, se vería truncado en una fatídica noche que abriría la Caja de Pandora.

El alboroto de la muchedumbre inundaba las calles de Dragen como si una furiosa e intempestiva marea colisionara contra sus paredes y su suelo de piedras adosadas, generando un estruendo a su paso. En uno de los estrechos callejones, un extraño sujeto corría tanto como sus musculadas piernas le permitían. La mismísima muerte lo perseguía de manera incansable.

—¡Acabad con él, no dejéis que escape! —gritaba uno de tantos aldeanos que iban tras él dirigiéndole una mirada iracunda.

—¡Por Dragen! —contestaba el resto de personas al unísono haciendo retumbar hasta sus propios corazones.

A la par que el misterioso hombre sorteaba con gran agilidad los distintos impedimentos que sus perseguidores le colocaban, este seguía corriendo hacia su destino sin mirar atrás, con una mirada firme y con una determinación que, sin lugar a dudas, era una característica por excelencia de un guerrero.

En medio del gentío, un sujeto se iba posicionando poco a poco a la cabeza, muy cerca ya de alzarse con el premio. Así como un feroz lobo saliva cuando, tras horas de caza, por fin empieza a tener arrinconada a su presa, se profetizaba una muerte incipiente.

Birder se acercaba cada vez más al corredor. A su paso, de sus fauces brotaban grandes bolas ígneas hacia terrazas, columnas y pequeños puestos de comercio situados en las callejuelas por las que se escurría este sujeto. El extraño saltaba, trepaba y aterrizaba en el suelo con firmeza, manteniendo un elevado ritmo del que tan solo algunos grandes guerreros pueden preciarse de sostener, esquivando así los incesantes ataques del gentío. Sin embargo, el vigoroso Birder era uno de los pocos allí presentes que realmente podía seguir su compás.

Tengo que conseguir evadir a esta tromba. De otra manera, no podré alcanzar mi objetivo final, pensó el sujeto.

Volvió la mirada hacia atrás y se limpió las gotas de sudor que corrían por su frente.

Utilizaré su estrategia en mi favor.

Fue entonces cuando comenzó a destruir cuanto se ponía a su paso. Unas enormes llamas emergieron directamente desde su boca, de un tamaño que duplicaban las de su cazador. Gruesas partes de edificios empezaron a desmoronarse por distintos flancos, levantando una enorme nube de polvo que dificultaba la visión de los perseguidores. Por un momento, todos parecían atónitos. Una estrategia tan simple los había puesto en semejante apuro. Incluso el aparente líder de estos rastreadores se había quedado parado en seco, tratando de vislumbrar alguna figura entre los escombros, los edificios y sus propios compañeros.

Los ojos de Birder se movieron en todas direcciones.

Tardó unos instantes en elaborar una estrategia.

—¡No lo perdáis de vista! ¡Dividíos en tres grupos! ¡Iremos por la izquierda y por la derecha! ¡Y los que están cerca de mí, seguidme, continuaremos de frente! —exclamó por fin con seguridad.

Y así, la muchedumbre, repartida en tres conjuntos, se dirigió hacia distintas zonas de la Villa de la Garra con el fin de localizar al asaltante.

Bien, ahora solo un tercio de ellos me persigue y, además, he podido sacar algo de ventaja. Creo que lo conseguiré, pensó el corredor aliviado mientras, al fin, visualizaba su objetivo.

Lust se encontraba en el ático de su bien amueblada casa pese a la pobreza de la ciudad a la que gobernaba. Muchos se enfadaron en un primer momento por la caída del Líder de la Villa de la Garra en los grandes lujos, creyendo que este sucumbiría y que las palabras que les prometió se las llevaría el viento. Pero no fue así. Su casa solo fue una leve mejora como autorrecompensa por una vida en la que el estrés atacaba desde todos los flancos día sí, día también. Lust demostró ser un líder de corazón. Su tan pobre ciudad había escalado por fin en la economía de Dragen y se había equiparado, al menos, a las otras dos Villas vecinas que, si bien eran algo más ricas en un inicio que la Villa de la Garra, no se acercaban ni por asomo al resto. Ahora, al menos, estas tres Villas se encontraban en una situación similar.

Lust estaba organizando su gigantesca estantería repleta de libros de historia. Siempre había sido un enamorado de la cronología de su pueblo para así poder aprender de los errores que cometieron los Líderes que le precedieron en su Villa y en las demás.

Solo aprendiendo de los errores pasados evitaré cometer los mismos, pensaba Lust distraído mientras pasaba sus dedos con delicadeza por uno de los lomos de sus libros.

Pero la calma y el sosiego que vestían aquella salita equipada a conciencia para hallar la paz interior se vio truncada por la violenta y estruendosa entrada por la ventana de un extraño sujeto.

Había hecho añicos una mesa de madera y varias sillas de pino de Dragen hechas cuidadosamente a mano. Aquellos muebles realmente le habían supuesto una gran inversión en oro y sacrificio personal con el fin de tener ese hábitat de relax que solo él podía permitirse en su ciudad. Quién sabe cuánto le costaría reparar aquel desastre.

—¿¡Quién eres!? —exclamó asustado preparándose para combatir.

—No hay tiempo de presentaciones —dijo el extraño jadeando pero manteniendo un tono de voz calmado. Sin embargo, si se concentraba la vista en su rostro, el aparente sosiego se desvanecía por completo. En su lugar, sus saltones ojos denotaban unas claras ansias de soltar lo que llevaba dentro como si de un enorme peso se tratase.

Mientras Lust contemplaba horrorizado la situación y parte de su vivienda destruida, el asaltante comenzó a hablar con premura.

»Lust, debes liderar una rebelión. —El Líder de la Villa de la Garra dejó de observar y categorizar sus pérdidas físicas mentalmente y enfocó su mirada sobre el extraño como si los ojos se le fuesen a salir de las órbitas—. Estáis completamente equivocados —prosiguió el sujeto tratando de acercarse a él—. La ascensión que pensáis que se os otorgará al final de vuestras vidas no será más que una caída inevitable hacia el abismo más oscuro de la humanidad impulsado por el transcurso de vuestra propia errónea existencia. —El asaltante rebuscaba, con lo que parecía una prótesis de metal en su brazo derecho y con cierta impaciencia, un objeto en su bolsillo a la par que varios gritos se escuchaban desde fuera de la vivienda—. Busca, busca en los Archivos Reales de Palacio —continuó mientras le ponía en la mano una especie de objeto esmeralda con forma de escama de dragón. El extraño objeto tenía un brillo apagado por el paso del tiempo, posiblemente a causa del polvo, como si hubiese estado guardado por muchos años—. Toma también esta nota, léela e interprétala adecuadamente. Allí hallarás el origen y el lugar donde debes estar, pues a mi no me queda mucho tiempo. Vienen a por mí. Pero no temas, no estás solo —terminó de decir mientras veía como Lust se guardaba en el bolsillo el misterioso objeto.

Fue entonces cuando, de repente, alguien entró por el agujero que dejó el extraño en la pared y le introdujo unas afiladas garras por el costado.

El trabajo… está hecho, ahora… todo… depende de ti, pensaba mientras notaba cómo su consciencia se desvanecía progresivamente y su cuerpo flaqueaba hasta caer al suelo de rodillas para luego desplomarse por completo.

—¿Estás bien, Lust? —preguntó Birder con un rostro que denotaba preocupación por su Líder y que, por otro lado, parecía tener sus rasgos faciales más marcados que nunca cubiertos con el color rojo intenso de la sangre fresca.

El Líder de la Villa de la Garra trató de recomponerse y ordenar sus pensamientos tras todo lo que había sucedido en cuestión de un par de minutos.

—S-sí, muchas gracias, Birder. Si no hubiera sido por ti, no sé cómo habría acabado la situación —dijo tratanto de ocultar lo acontecido mientras se cercioraba de que el extraño objeto seguía en el bolsillo de su pantalón de hilos dorados finamente entrelazados.

De pronto, parte de la turba de gente que perseguía al corredor consiguió también acceder a los aposentos de Lust.

—¡Oh, no puede ser! ¡Otra vez Birder se nos adelanta! —exclamó decepcionado un aldeano echándose manos a la cabeza.

—¡Idiota! ¿Ni si quiera vas a preguntarle a tu Líder si se encuentra bien? —contestó otra persona.

—Tranquilos. Estoy bien. Y ya sabéis que no me gusta que me llaméis «Líder». Llamadme Lust, no sé cómo queréis que os lo explique —contestó con tono jocoso tratando de normalizar la situación—. Ahora —prosiguió con un tono más serio—, llevad el cuerpo del alterador ante la justicia drageniana.

—Por supuesto. ¡Vámonos! ¡Mi futuro tras la muerte cada día pinta mejor! —exclamó un victorioso Birder dirigiéndose a sus compañeros.

Tras la marcha del gentío, Lust se sentó frente a sus muebles ahora hechos añicos y, contemplando el lugar que ocupó el cuerpo tendido del extraño, pensó: ¿qué querría decir? ¿Y si es cierto lo que afirma? Desdobló la nota que le dio el misterioso hombre y la leyó con calma.

La fortaleza de un auténtico dragón no reside en sus fauces, garras o en su abrasadora llama, sino en su capacidad de análisis. Por supuesto, dicha capacidad es un arte en sí misma… Sin embargo, es necesario tener en cuenta que combinar estos tres elementos en el fragor de la batalla resultará en un arma letal orquestada por un espíritu puro. Así pues, el taumaturgo se elevará sobre las cabezas de sus adversarios y hará que la justicia llueva, empalando y corneando a sus enemigos con la verdad absoluta. 

 

Plaza del Renacer

Una inmensa multitud se concentraba en la plaza principal de Dragen: la «Plaza del Renacer». Un enorme sol radiante bañaba con sus rayos de luz las figuras de los antiguos reyes de Dragen, las cuales presidían todos los actos acontencidos en esa plaza. Estas se encontraban rodeándola hasta dar con la entrada de Palacio, el cual se erigía imponente, pareciendo incluso que sus enormes torres blancas como la nieve pretendían resquebrajar el mismísimo cielo. En ellas, un conjunto de hermosas vidrieras representaba varias escenas de la historia de Akuma, el Dios de Dragen. Por último, un enorme portón cerraba el Palacio, decorado con unas figuras de una maestría artesanal inconcebible que representaban la lucha del bien y del mal. Estas siluetas simulaban ser hombres alados, y a su lado, unas bestias de tonalidad y grabados mucho más oscuras parecían hacerles frente.

Por otro lado, justo delante de Palacio, la aglomeración de gente esperaba impaciente la salida del Alto Arúspice para oficiar la ceremonia. Entonces, las inmensas puertas se abrieron, provocando una leve brisa con su apertura que hizo ondear los reposteros con el escudo del Reino de Dragen que pendían de los amplios ventanales de Palacio.

Tras unos momentos de completo silencio en señal de respeto hacia la Orden de los Arúspices, su adalid se aclaró la voz con calma para dar comienzo al ansiado discurso.

Este iba ataviado con un grueso hábito negro con unas finas líneas ceniza que bordeaban el mismo y que le cubría hasta la cabeza. A su vez, un hilo de seda dorado como el oro remarcaba la parte externa de dichas líneas grisáceas, engalanando el atuendo. Además, llevaba una máscara parecida a la del resto de su séquito, pero la suya difería en ciertos aspectos. De la misma sobresalían varios elementos óseos de un color blanco radiante que trataban de simular la cabeza de un dragón. Una pequeña cornamenta esquelética culminaba en la parte superior de la máscara y servía de apoyo a la capucha que descansaba sobre su cabeza. Por último, unos afilados colmillos se abrían paso a través de las simuladas fauces de la prenda. Por otro lado, sus compañeros y discípulos llevaban igualmente una máscara simbolizando los restos óseos de un dragón, pero sin cornamenta y de un tono blanco más apagado. Además, en la parte de la mandíbula no tenían colmillos, sino que su boca humana se dejaba entrever debido al hueco que había desde la nariz hasta el mentón. En cuanto a las ropas de estos, si bien eran idénticas a las del Alto Arúspice, no contaban con la delicada línea dorada sobre la que descansaban los finos trazos cenicientos que remarcaban y daban forma al resto del hábito oscuro.

—Hermanos y hermanas, antes de comenzar con la festividad que nos honra hoy, les he reunido aquí previamente para confirmar lo que ya todos sabemos: el resurgir de Antrum. —El pánico invadió el cuerpo de gran parte de los asistentes—. Han sido muchos los años de aparente inactividad de este grupo que busca la destrucción del Reino, que busca hacernos caer en las fauces del Abismo. Pero, como indican las Sagradas Escrituras, el bien no puede vivir sin el mal y viceversa, pues, en caso contrario, el mero significado de «bien» y «mal» carecerían de sentido en sí mismos. Por eso, Akuma nos demostró que existen ambas dualidades y, a través de las mismas, se nos pone a prueba diariamente para demostrar nuestra voluntad y creencia en nuestro Dios… ¡Y es nuestro deber demostrarle que nuestra fe en él es inquebrantable! —Continuó el Alto Arúspice con un discurso que llegaba hasta los rincones más profundos de los corazones de los allí presentes.

»Como bien saben —prosiguió tras una breve pausa—, todo aquel que luche fervientemente contra las fuerzas del Abismo ocupará un lugar al lado de Akuma tras su propia muerte, por lo que no hay más honor y gloria que hacer lo que hacemos por nuestro pueblo. Y es que, a veces, el Abismo juega con nosotros poniéndonos retos realmente duros, como cuando alguien cercano cede a la voluntad del mal y acaba dejando de lado su fe ­­—expuso con tono compasivo agachando ligeramente la cabeza—, que es lo que pasó originalmente con Antrum, cuyos cerebros fueron lavados por promesas que nunca llegaron ni llegarán a materializarse… Por eso es que hoy vengo a darle fuerza a mi pueblo y a advertirle del resurgir de Antrum. —Se recompuso—. Tenemos que ser fuertes. Hemos de luchar mano a mano y apoyarnos física y espiritualmente contra esta legión del mal. ¡Por Dragen! —gritó con efusividad a la vez que ponía su gruesa mano en el pecho.

—¡Por Dragen! —contestaron al unísono todos y cada uno de los ciudadanos con el mentón alto y la mano sobre sus corazones.

Sin embargo, había alguien cuyo cuerpo estaba presente físicamente, pero cuya cabeza andaba por otra parte.

Tras tantos años sin saber nada de Antrum, ¿por qué alguien arriesgaría su vida para darme ese objeto y decirme que yo he de «liderar la rebelión» aún sabiendo que estaba sacrificando su propia vida?

—¡Y ahora, daremos pie a nuestra celebración anual: la «Hermandad de Akuma»!